Presentación de Reflexiones
sobre traducción, de Susan Bassnett
Mercedes Guhl
Conocí a Susan Bassnett en 1992, y en ese entonces, fuera de
estar al tanto de que dirigía el centro de estudios de la traducción en una de
las dos o tres universidades que ofrecían posgrados en traducción literaria en
gran Bretaña, no sabía mucho más de ella. Yo acababa de presentar mi defensa de
tesis de filosofía y letras, y había decidido darme un viaje por Inglaterra. Mi
papá, preocupado por el futuro laboral de su hija, me hizo prometerle que
aprovecharía el viaje para hacer averiguaciones de posgrados en traducción literaria.
Tras dos años de trabajar en una editorial, entre el final de la carrera y la
escritura de la tesis, yo tenía claro que quería trabajar en la industria del
libro, específicamente en traducción.
Susan me recibió en su oficina de la universidad de Warwick
y me dedicó el tiempo suficiente para hacerme una entrevista de admisión, sin
que yo me diera cuenta. Yo estuve todo el rato convencida de ser yo quien hacía
las averiguaciones sobre la universidad. No tenía idea en ese momento de que
Susan era una de las protagonistas de eso que estaba por pasar a llamarse el
giro cultural, cultural turn, en los estudios de la traducción.
Esto lo vine a tener claro unos años después, cuando
finalmente pude ir a estudiar la maestría a Warwick. Tuve clases con Susan en
un seminario que dictaban varios profesores. Para cuando llegué, el énfasis del
centro educativo se había desplazado hacia los estudios culturales británicos,
pero daba cabida a la traducción y a los estudios postcoloniales.
Por suerte, los parámetros de interés siempre fueron
flexibles para permitir que esta colombiana, la única latinoamericana en todo
el centro, encontrara temas de trabajo. Yo iba decidida a convertirme en una
especie de insurgente en contra de las traducciones hechas en España. Recuerdo
que en mi propuesta de investigación para esa maestría hablé de una especie de
grito de independencia de América Latina en contra de la tiranía de las
traducciones españolas. No tenía yo la menor idea de lo que me esperaba en
Warwick. Esta latinoamericana, la única en todo el centro, estaba en el mismo
grupo que cinco españoles, entre los cuales había una estudiante de doctorado
en traducción de una universidad española, tres recién salidos de estudiar
filología inglesa, y una recién egresada de traducción ya con algo de
experiencia en la práctica, y todos ellos muy bien preparados. Esa
confrontación con los españoles, con sus puntos de vista, las afinidades con
ellos que resultaron evidentes cuando mis otras opciones eran estudiantes
taiwaneses japoneses, italianos, o griegos fueron parte del giro definitivo que
tuvo que dar mi propuesta inicial de tesis. La otra parte fue el entorno creado
por Susan Bassnett y su equipo, y el énfasis deliberadamente cultural que se le
daba a la discusión sobre traducción.
Este seminario que ella impartía me permitió pescar entre
autores y teorías para encontrar lo que me interesaba: André Lefevere, Itamar
Even-Zohar y su teoría de los polisistemas, Lawrence Venuti y su particular
mirada a la invisibilidad del traductor moviéndose entre los extremos de la
domesticación y la extranjerización. Hasta ese momento yo tenía la idea,
compartida por muchos otros incluso hoy en día, de que una traducción es mala
porque usa términos que yo no hubiera escogido o que no uso. Ésa era la base de
lo que proponía como tesis: las traducciones hechas en España son malas porque
dicen cosas como “ese tío gilipollas fue incapaz de ir a por pan”, cuando la
mitad de los lectores no hablamos así, y en muchos casos tampoco entendemos a
cabalidad fragmentos de estas traducciones. ¿La alternativa entonces sería
traducir esa frase por algo como “Ese man se hizo el güevón y no fue por pan” o
“Ese pinche güey ni quiso salir por birote”? Para ese momento, yo ya había
pasado seis años trabajando en diversas etapas de la industria editorial
colombiana, y sabía que ninguna de esas dos alternativas era “publicable” ni
“distribuible” en el mercado latinoamericano, y que algo del tipo de “Ese
tarado ni se molestó en salir por pan” hubiera sido mejor opción.
Durante la maestría bajo el ala de Susan Bassnett encontré
los argumentos para desechar mi propuesta inicial: no es lo mismo una
traducción mala que una traducción de alcance limitado. Esta última podrá
resultar inadecuada para lectores fuera de su alcance específico, pero eso no
la hace mala en sí. Yo había supuesto que mi trabajo de la maestría se
enfocaría en proponer nuevas versiones de esas malas traducciones que yo
denigraba. Pero el énfasis era más teórico que práctico, y eso me llevó a
aprender algo que me ha resultado más útil: aprendí a construir un esquema para
leer un original y a derivar una traducción a partir de éste. Pero más vale
oírlo en palabras de Susan que en las mías:
“Lo que hace que la traducción sea diferente de otras formas
de escritura es que siempre hay involucrado un proceso de lectura anterior a la
escritura en sí”.
Estoy convencida de que la traducción es una de las formas
de escritura, y por eso, considero que un programa de formación de traductores
tiene que hacer énfasis en los procesos de lectura y escritura.
El sistema educativo en nuestros países se limita a dar los
rudimentos básicos de lectura y escritura, esperando que, como una especie de
semilla germinen en el alumno y florezcan y den fruto con apenas agua de riego.
Mi propia experiencia enseñando traducción en Colombia y en México me ha
mostrado que los alumnos necesitan mejorar su nivel de lectura, su capacidad de
análisis e interpretación de un texto, y su redacción para poder traducir.
¿Acaso, cuando impartimos clases de traducción, les decimos a los estudiantes
que para traducir un contrato o un menú de un restaurante, tienen que ser
capaces de redactar un contrato o un menú en español? No, no lo hacemos muy a
menudo.
Diría yo que uno de los pilares del trabajo de Susan Bassnett
y de su aporte a la traducción, y no sólo a los estudios de la traducción, es
esa definición de traducción como combinación de lectura y escritura, o como
escritura a partir de una lectura. Pero me tardé años en llegar a ese lugar. No
es que no lo viera claro desde un principio, sino que no me había percatado del
nivel de lectura y de escritura que se requiere para traducir.
El otro pilar fundamental del trabajo de Susan Bassnett está
relacionado con el contexto. Tomo otra cita suya de este libro para explicar:
“Los traductores no sólo tienen que traducir las palabras en
una página sino el contexto ausente en el cual aparecen dichas palabras, el
texto detrás del texto, por decir, si es que han de evitar los riesgos de la
literalidad para crear algo digno de ser leído”.
Ese problema de la comprensión y traducción del contexto es
algo en lo que se han centrado muchos de mis cursos y talleres. Si antes me
quejé del nivel de lectoescritura, ahora es el momento de quejarme del método
de enseñanza de lenguas extranjeras. El enfoque comunicativo, debía decir más
bien el dichoso enfoque comunicativo o conversacional, ha coartado el camino
hacia la lectura en la lengua que estamos aprendiendo. Lo importante es llegar
a un nivel básico de expresión para poder comunicar lo que sale de uno. Poca
importancia se le da a la inmersión en la lengua y la cultura que resulta de
leer en esa lengua, o a lo que uno pueda aprender en cuanto a modelos de
expresión a través de la lectura. Confieso que conozco personas que han llegado
a un alto nivel de competencia lingüística a través de la lectura, y que oírlas
hablar en esa lengua extranjera es como abrir un libro y leer un diálogo. Su
expresión es libresca, un poco acartonada. Pero esas personas son capaces de
leer un original y entenderlo, porque sus lecturas las han familiarizado con la
retórica, las figuras, el estilo argumentativo y el contexto. Están mucho mejor
preparadas para traducir que una persona que ha aprobado toda una serie de
cursos de enfoque comunicativo, que se defiende perfectamente bien en una
entrevista de trabajo o en presentación una junta, pero que jamás se ha
enfrentado a un artículo periodístico, a un documental, o una obra literaria en
esa segunda lengua. Debido a todo esto, soy una firme defensora del uso de la traducción
como método didáctico en la adquisición de una lengua extranjera, sobre todo
para traductores.
Volviendo a mi desechado proyecto de tesis de maestría, esas
traducciones españolas que yo etiquetaba como malas simplemente sufrían de un
problema de contexto, pero no necesariamente podía culpar uno a sus traductores
de no saber leer o escribir. Ese cambio de perspectiva me permitió volverme a
acercar a lo español sin las reservas que durante muchos años me produjo.
Además, llegue al convencimiento triste y pragmático a la vez de que más vale
una traducción no tan buena, o inadecuada, que un texto indescifrable del cual
no existe traducción. A pesar de estos descubrimientos, mi tesis sí se centró
en mejorar una traducción existente: la censurada y recortada versión de 1984
de Orwell publicada en pleno apogeo franquista. Hasta ese entonces, no existían
otras traducciones al español.
Para seguir con las anécdotas personales, algunos años
después de terminar la maestría, regresé a Warwick a presentar una ponencia en
un congreso. En esos años había montado una serie de cursos de traducción a
nivel de licenciatura, y dos de mis exalumnos estaban viviendo en Inglaterra
para ese momento. Me encontré con ellos en Londres, y de allí viajamos a la
universidad Warwick para el congreso. Obviamente, busqué la oportunidad de
saludar a Susan, y de que mis alumnos la conocieran. Al saludarlos, dijo algo
que para mí resultó completamente inesperado: “si ustedes fueron alumnos de
Mercedes, y ella fue alumna mía, ustedes entonces vienen a ser algo así como
mis nietos”. Hubo foto, por supuesto, y sonrisas y abrazos, y yo me sentí
tremendamente orgullosa. Ese es el tipo de maestra a mí me gustaría ser: una
que pone a pensar, que apunta a caminos que llevan a soluciones, que siembra y
sabe esperar a ver si la semilla germina.
Esto fue hace 18 años. Sigo en contacto muy esporádico con
Susan, a quien le escribo cuando tengo algo que vale la pena contarle. Entre
paréntesis les cuento que también sigo en contacto con esos dos antiguos
alumnos.
Este libro “de reflexiones sobre traducción” ha sido un
fabuloso reencuentro con Susan. Allí está su agudeza y también su sentido del
humor, su extenso conocimiento de la historia de la traducción en Gran Bretaña
y su recursividad a la hora de analizar una traducción o de proponer una
propia. Uno de los problemas de los libros sobre traducción es que son
tremendamente difíciles de traducir. Los ejemplos que utilizan, la red de
presupuestos y el contexto en el que se apoyan son aspectos difíciles y
prácticamente imposibles de traducir. Esto ha llevado a que, como decía Sergio
Bolaños, profesor y colega mío en la Universidad Nacional de Colombia, en su
tesis de doctorado, citando a
F. Rener, los estudios de traducción vienen a ser “una especie de
archipiélago constituido por muchas islas y ningún puente. Cualquier desarrollo
de esta disciplina en una lengua dada queda circunscrito a una de estas islas
apartadas y sin comunicación con las demás.” No sucede con frecuencia que las teorías de
la traducción salten por encima de las fronteras lingüísticas con facilidad.
Susan Bassnett es una de las personas que ha contribuido a difundir teorías de
otras lenguas. Y Martha Celis y todo su equipo de traductores construyeron un
puente entre islas que nos permite asomarnos en español a esta mirada tan
británica y europea de Susan Bassnett. Soy una lectora implacable a la hora de
juzgar una traducción y verdaderamente quiero felicitar a todo el equipo que
trabajó en este libro. Por una parte, lograron que, a pesar de que son muchos
los traductores, el estilo y la voz de Susan se perciban como un hilo común a
todos los artículos del libro. Por otro lado, pudieron enfrentarse a los
ejemplos y salir airosos de los retos que planteaban para traducirlos.
Retomando lo que decía antes sobre los pilares de los aportes de Susan
Bassnett, aquí tenemos una traducción en la que el ejercicio de lectura y
reescritura se llevó a cabo exitosamente y el contexto se recuperó para estos
lectores del otro lado del Atlántico y de otra lengua. He coordinado equipos
mucho más pequeños para traducir libros y sé lo que implica esa tarea. Es por
eso que quiero felicitar a todos y cada uno de los traductores que participaron
en este libro, y muy especialmente a Martha por la tarea de llevar el timón y
establecer los parámetros para alcanzar el nivel que tiene esta traducción.
Por último, quiero agradecer también que me hubieran
invitado hacer esta presentación, con lo cual tuve una excusa maravillosa para
darme un viaje al pasado y al mismo tiempo leer este libro. Los invito a
ustedes también a dejarse llevar por la mano de Susan para adentrarse en
dilemas interesantes de traducción, que muy probablemente los lleven a
contemplar y pensar de otra manera en su quehacer traductivo, ya sea que
enseñen, investiguen o traduzcan.
¡Muchas gracias!
México, junio de 2018